Inteligencia, una competición asimétrica
En este momento cada uno de nosotros tanto a nivel individual como colectivo estamos librando una guerra contra la tecnología para dirimir quién tiene más inteligencia. Se trata de una guerra atípica porque el adversario tiene la apariencia de un aliado en quien se puede confiar. Nos hemos creído no solo que la tecnología es neutra, sino que además está a nuestro servicio con el noble objetivo de mejorar nuestras vidas. Es por ello por lo que en general no somos conscientes que nos encontramos en un campo de batalla. Peor aún, nuestra actitud complaciente hace que perdamos terreno día a día.
En el siglo XXI es tan necesario para líderes y organizaciones aprender nuevos conocimientos como desaprender aquellos conocimientos que han dejado de ser válidos.
Durante años nos hemos preocupado y con razón por el impacto que podría tener en el futuro la inteligencia artificial en la vida laboral de cada uno de nosotros. Sabemos que, a corto o medio plazo, muchas de las profesiones actuales cambiarán o desaparecerán. También sabemos que una gran cantidad de trabajo cualificado deberá adaptarse para colaborar e interactuar con otras inteligencias.
No obstante, a pesar de la amenaza que supone la inteligencia artificial para muchas actividades de valor añadido que hoy en día desempeñan las personas, en general todavía consideramos que no supone un riesgo inminente y que, en la gran mayoría de los casos, pasarán años hasta que una inteligencia artificial pueda reemplazar en su totalidad un puesto de trabajo que actualmente desempeña una persona. Aunque deberíamos analizar cada caso de manera particular, podemos aceptar esta afirmación como cierta porque en muchos aspectos, la inteligencia artificial no ha llegado hoy en día a las cotas de la inteligencia humana.
Pero, ¿Cuándo se producirá la victoria definitiva de la inteligencia artificial? Tanto por sus características de diseño como por su forma de trabajar, es muy probable que la inteligencia artificial se complemente con la inteligencia humana de modo que no con toda probabilidad no se producirá una sustitución de una inteligencia por otra.
Aunque la comparación de una inteligencia humana con una articificial no tiene mucho sentido, para medir nuestras fuerzas, siempre hemos considerado que la inteligencia artificial ganará la guerra cuando la máquina supere las fortalezas de la inteligencia humana. Siempre hemos comparado las fortalezas de ambas inteligencias para entender la posición relativa en la que nos encontrábamos. Solo a modo de ejemplo, la historia reciente nos ha dejado proyectos de amplia difusión como la serie de partidas de ajedrez entre el ordenador Deep Blue y Kasparov o el proyecto Alpha Go que, sin lugar a duda, han contribuido a consolidar esta percepción. Sin embargo, a lo largo de los años y mientras manteníamos el debate sobre este momento singular en el cual una inteligencia artificial superaría las fortalezas de la inteligencia humana, olvidamos por completo que, en cierto momento, esta misma inteligencia podía superar las debilidades de la inteligencia humana y no nos paramos ni siquiera a estudiar qué sucedería ante este escenario. Lamentablemente este momento ya pasó y, visto en perspectiva, este es el punto preciso en el que perdimos la guerra.
Sin embargo, a lo largo de los años y mientras manteníamos el debate sobre este momento singular en el cual una inteligencia artificial superaría las fortalezas de la inteligencia humana, olvidamos por completo que, en cierto momento, esta misma inteligencia podía superar las debilidades de la inteligencia humana y no nos paramos ni siquiera a estudiar qué sucedería ante este escenario. Lamentablemente este momento ya pasó y, visto en perspectiva, este es el punto preciso en el que perdimos la guerra.
Los OKR, acrónimo de objetivos y resultados clave, constituyen una metodología que puso en práctica por primera vez Intel y que han popularizado Google entre otras. En esencia, OKR consiste en poner el foco sobre aquello que es prioritario. En el marco OKR los objetivos describen el destino que deseamos alcanzar y los resultados clave son las métricas que cuantifican si avanzamos en la buena dirección.
La tecnología ataca a los puntos débiles
En términos de inteligencia, cuando hablamos de fortalezas, medimos aquellas capacidades de razonamiento para la resolución de problemas o la generación de actividades de un gran valor. En cambio, cuando hablamos de debilidades, nos referimos a la distracción de la atención para reducir su capacidad de trabajo.
Hoy en día la inteligencia artificial todavía está lejos de la inteligencia humana para competir en actividades de valor añadido como la resolución de problemas. No obstante, desde hace tiempo, lo que está sucediendo es que, los sistemas informáticos están aprovechando nuestras vulnerabilidades para captar nuestra atención y promover una serie de comportamientos.
Los sistemas, las aplicaciones, y las redes sociales, tanto los de uso profesional como las de uso personal utilizan sistemas de etiquetado, notificaciones y recompensas así como una serie de algoritmos perfectamente diseñados para hackear nuestras debilidades y captar nuestra atención en una dirección determinada, consiguiendo con ello que dediquemos cada vez más tiempo a realizar actividades de un bajo valor. En la medida que utilizamos algunas de estas redes a diario, estos sistemas de gratificación frecuente alimentan nuestras debilidades generando una adicción que nos mantiene en conexión continúa.
En consecuencia, en esta pseudoguerra, la inteligencia artificial está ganando porque hemos aceptado sus reglas del juego. Puesto que todavía no está en condiciones de combatir en actividades de alto valor añadido o de alta complejidad, se concentra en atraer nuestra atención hacia distracciones, actividades a las que dedicamos mucho tiempo para generar un valor muy limitado.
En lugar de combatir nuestras fortalezas, las tecnologías de información alimentan nuestras debilidades. Y con esta estrategia, ganan.
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